Mujer que menstrua
Es que escribo esto con un
dolor en mi vientre. A los doce años tuve mi primer encuentro cercano con la
sangre, antes de eso, mi cuerpo solo lograba manifestar su presencia
inteligible por caídas de una infanta curiosa y torpe. Pero ese día, revirtió
cualquier significado anterior que le haya dado a la sangre, me tomó por
sorpresa y una nueva versión de mi nació ese día. Tal vez, puedo decir que, en
realidad, esa fue mi primera muerte.
Me identifico en el rol
de mujer y lo asumo con el poderío que le merece. Me enorgullece sangrar, no
importa siquiera engendrar. Los no nacidos solo serán un eco ante la condición
que me permite, entretanto, por lo menos saber que existe esa posibilidad natural,
vital, única.
El dolor es solo un puente de conexión que representa la
vitalidad que desprende mi existencia. El llamativo color rojo se convierte en
una bandera hincada en mi cuerpo, en donde se derraman sentimientos y emociones
desbordadas, en donde los sentidos se robustecen y mi conexión con la
naturaleza y mi propio ser se enaltecen y se rinden ante lo ineluctable.
El encuentro con mi parte femenina se hace especialmente
trascendental durante esos días, mi alter ego se agudiza, se enfrenta a mi razón,
confronta mis “absolutos” y me lanza a la unidad primordial, en donde me
abandono, con el fin de reencontrarme con el equilibrio de mi cuerpo, mi alma y
mi mente. Es mudar de piel.
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